El Cid

Rodrigo Díaz de Vivar, Mío Cid Cantar del Mío Cid

 

 

 

El Cid

Rodrigo Díaz de Vivar, El CID Campeador

Nació en 1043 en Vivar, pequeña aldea situada a 7 kilómetros de la ciudad de Burgos, fronteriza entonces con el reino de Navarra.

Por su padre, Diego Lainez, pertenecía a la nobleza infanzona; por su madre, hija del magnate Rodrigo Alvarez, descendiente por línea paterna de Laín Calvo, uno de los dos Jueces de Castilla, a la alta nobleza. Huérfano en 1058, se educó en el palacio real junto al infante Sancho. Estudió letras y leyes, seguramente en el monasterio de San Pedro de Cardeña.

Con la muerte de Fernando I (27 diciembre 1906), padre de Sancho, éste se proclamó rey, Sancho II, y una vez tomada posesión del reino de Castilla, armó caballero (1060) y nombró alférez real al Cid.

El Cid venció al navarro Jimeno Garcés en duelo judicial. Gracias a esta victoria recibió el sobrenombre de Campeador (Campi doctor). El término "Cid" se lo aplicaron los musulmanes y equivale a «señor» y deriva de la trascripción del árabe sayyid, que significa amo o señor.

Brazo derecho del rey Sancho II. Participó en el sometimiento del reino de taifa zaragozano (1067), en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1070). Su señor murió en el cerco de Zamora (1072).

En la iglesia de Santa Gadea de Burgos, tomó juramento a Alfonso VI para poder ser reconocido como rey. Una vez hecho esto se hizo su vasallo. Se casó con la sobrina del rey, Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo el 19 de Julio de 1074. La muerte de Sancho II arruinó la posición del Cid en la corte.

(1080). Estando en Sevilla cobrando las parias a al-Mu'tamid para el rey de Castilla, derrotó al rey granadino Abd Alláh, García Ordóñez y otros castellanos, los apresó en Cabra. Les concedió la libertad a los tres días, pero en adelante contó con una declarada enemistad del favorito.

A consecuencia de una atrevida cabalgada por tierras toledanas en respuesta a un ataque musulmán a Gormaz, Alfonso VI le declaró incurso en la ira regia, sanción que llevaba al destierro (1081).

Primer su primer destierro, deja a su mujer e hijos en Cardeña. Busca un nuevo señor. Es rechazado en Barcelona, pero no en Zaragoza, donde se pone al servicio de al-Mu'tamin. Defendiendolo derrota al hermano de éste, al-háyib Mundir, rey de Lérida, y a su aliado Berenguer II de Barcelona en Almenar, a 20 Km. de Lérida, apresando al mismo.

Al socorrer a Alfonso VI en Rueda (1083), el rey, según el Fuero, le devuelve el favor regio y regresa a Castilla, pero decide volver al servicio de al-Mu'tamin y en Morella vence a Sancho Ramírez de Aragón y a Mundir (1084). Poco después, Alfonso VI jura tomar Zaragoza, el Cid no combate, pues no desea combatir a su señor. La llegada de los almorávides y la derrota de Zalaca reconcilian de nuevo a monarca y vasallo (1087). Alfonso permite al Cid que regrese a Levante, concediéndole todas las conquistas que hiciera a los musulmanes.

Unido a Musta'in, que sucede a Mu'tamin de Zaragoza, auxilia a al-Qádir de Valencia y libera esta bella ciudad del sometimiento de Mundir de Lérida con tropas castellanas a sueldo (1088). Como protector de al-Qádir, al año siguiente, y con 7.000 castellanos más, libera de nuevo a Valencia del sometimiento que imponían Munddir y Berenguer II y consigue que se sometan a su rey Alfonso los principados de Valencia, Albarracín y Alpuente (1089).

Alfonso VI iba a acudir en defensa de Aledo, sitiada por el emir almorávide Yúsuf b. Tásfin (1089), ordena al Cid que se le una con sus tropas, pero por circunstancias imprevistas no pudo alcanzar la hueste real. La ira del rey, le hace incurrir de nuevo en el destierro, el segundo para el Cid.

El Cid domina Levante. La enemistad entre el rey y él hizo que perdiera su anterior posición en Levante y que tuviera que empezar de nuevo. Ante los estragos causados por el Cid en tierras de Orihuela y Játiva, Mundir de Lérida y al-Qádir de Valencia volvieron a reconocer su protectorado. Este dominio sobre las taifas levantinas despertó el recelo de Berenguer II, quien, al ver que no podía hacerse con esos reinos musulmanes, formó una gran coalición contra el Cid, pero éste venció y apresó al barcelonés en el pinar de Tévar, al cual devolvió la libertad sin exigirle rescate.

El sometimiento de algunos alcaides y de Mundir y su hijo, que mediante tributo pusieron Lérida, Tortosa y Denia bajo la protección del Cid. En 1090 dominaba prácticamente todo el Levante español.

Ese mismo año ayudó a Alfonso VI en contra de Granada, pero una acción del Cid no fue bien interpretada por el rey que volvió a enemistarse con el Cid hasta el punto de intentar Alfonso, con ayuda de Aragón, Barcelona, Pisa y Génova (1092), la conquista de Valencia, sin respetar el protectorado que sobre ella ejercía el Cid. Éste respondió con un ataque devastador a tierras de Calahorra y Nájera, las de su enemigo García Ordóñez, esto obligó a Alfonso a abandonar Valencia para acudir en ayuda de su favorito.

Entre tanto en Valencia se preparaba una revolución contra el rey al-Qádir, que llevo a la conquista de la hermosa ciudad. En ausencia del Cid, el cadí Ibn Yahháf conspiró contra al-Qádir y en favor de los almorávides, que ya estaban en Alcira. Al-Qádir huyó y logró ocultarse, pero fue descubierto y asesinado (1092), Ibn Yahháf se apoderó de su tesoro. Las fortalezas de Valencia fueron entregadas a los almorávides y la ciudad comenzó a regirse por una comisión de notables.

El Cid volvió dispuesto a vengar el asesinato de al-Qádir. Conquistó Yuballa. La guarnición almorávide fue expulsada a Denia. El Cid se convirtió en Señor de Valencia. Los almorávides se retiran sin combatir y el Cid establece un cerco durísimo a la ciudad, que se rindió (15 junio 1094).

Ante los notables musulmanes dictó un benigno estatuto para el gobierno de la ciudad: él sería juez supremo, pero los musulmanes conservarían sus propiedades, la ciudad y la mezquita. Viendo estable su situación en Valencia, hizo venir a su mujer e hijos. Hasta entonces el Cid no había tenido conflictos armados con los almorávides. Estos habían unificado todos los reinos de taifas de al-Andalus, excepto los de Valencia, Zaragoza, Lérida y Tortosa, los protegidos por el Cid.

En diciembre de 1094 se produjo un lógico y esperado ataque contra Valencia, participando un gran ejército almorávide al mando de un sobrino del emir Yñsuf ibn Tásufin. El Cid se mantuvo diez días a la defensiva tras los muros de la ciudad, al cabo de los cuales realizó una inesperada salida y los derrotó totalmente en el Llano de Cuarte, apresó a muchos y cogió un fabuloso botín. En Cuarte y a manos del Cid, los almorávides, hasta entonces invencibles, conocieron su primera gran derrota en España.

El Cid decide vengar a al-Qádir. Las sospechas recayeron sobre el cadí ibn Yahháf. Un tribunal musulmán condenó a ibn Yahháf a ser lapidado, pero el Cid, aplicando un Derecho castellano, hizo que muriera en la hoguera (mayo 1095). Pronto se produjeron alborotos, eso hizo que el Cid cambiase el estatuto que había concedido a los musulmanes por otro menos tolerante que sería el aplicado por los cristianos en sus conquistas durante el siglo XII. La mezquita mayor, fue convertida en iglesia y más tarde en la catedral de Santa María (1097).

En Bairén, el Cid y Pedro I de Aragón derrotaron totalmente al poderoso ejército almorávide (enero 1097). Segunda gran victoria sobre los almoravides. Los últimos actos bélicos del Cid fueron las conquistas de Almenara y Murviedro (1098), con lo que el territorio valenciano quedó en una seguridad total.

El Cid murió en Valencia el 10 julio 1099. Su viuda vivió durante tres años en Valencia. Sitiada en 1101, Jimena pidió auxilio a Alfonso VI, que acudió en su socorro y ante cuya presencia los almorávides se retiraron. Pero el monarca consideró imposible mantenerse en la plaza, muy alejada de Castilla, y ordenó que fuera abandonada e incendiada (mayo 1102). Los restos mortales del Cid fueron conducidos por sus vasallos al monasterio de San Pedro de Cardeña.

Tres hijos tuvo el Cid de su esposa: Diego (1075), que murió en la batalla de Consuegra frente a los almorávides (1097); Cristina, que casó con Ramiro de Navarra y cuyo hijo, García Ramírez, sería rey; y María, que casó con Ramón Berenguer III el Grande, de Barcelona.

 

 

El ciego sol, la sed y la fatiga.

Por la terrible estepa castellana,

al destierro con doce de los suyos

-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.

M. Machado

 

Charlton Heston, quizás sea la cara más conocida de El Cid.

 

 

 

 

Primer folio del manuscrito del Cantar de Mio Cid

 

 

Cantar del Mío Cid
 

El Cantar de Mio Cid se conserva en un solo manuscrito, cuyo códice del siglo XIV se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid. El manuscrito estuvo perdido durante mucho tiempo, y fue publicado en forma impresa por primera vez por Tomás Antonio Sánchez en 1779. Es considerado por todos los críticos como una de las obras más importantes de la literatura española.

Autor.

Ramón Menéndez Pidal, fiel a su teoría neotradicionalista, vincula el origen estamental del autor del Cantar de Mio Cid al mundo de la juglaría. La versión definitiva del cantar sería el resultado de la actividad refundidora de dos poetas juglares. La primera versión, muy próxima a los hechos que narra, sería fruto de un juglar de San Esteban de Gormaz; los hechos narrados en el primer cantar serían los más históricos. Un segundo juglar, de tierra de Medinaceli, ya más alejado de los sucesos históricos, introduce adiciones novelescas.

Los defensores de la teoría individualista buscarán la identidad del autor del Cantar de Mio Cid en el estamento de los clérigos. El "explicit" final, "Per Abad le escribió", se interpretará en un sentido restringido, dándole al significante "escribió" la acepción de "componer". El autor sería un hombre de la iglesia.

Colin Smith, defensor también del individualismo, dice que el autor no sería un hombre de la iglesia, sino un laico, perito en leyes. Este autor se habría formado en alguno de los centros universitarios franceses (Montpellier, Orleans o París), lo que explicaría ciertas influencias francesas en el cantar.

Composición.

Para la escuela tradicionalista, los primeros elementos serían breves "cantos noticieros", de naturaleza histórico-popular, que empezarían a gestarse ya en la vida del Cid. Poco después de la muerte de Rodrigo Díaz (a. 1096), estos cantos cristalizarían, en torno a 1105, en la primera versión. Desde 1105 hasta 1140, esta materia cidiana ser tradicionaliza, viven en variantes, y en 1140, según Pidal, se configura la versión definitiva del Cantar de Mio Cid, copiada en el códice del XIV por el amanuense Per Abad.

Los partidarios del oralismo, suponen que la materia cidiana habría vivido en constantes variantes en boca de juglares, quienes sólo aprenderían unas fórmulas, a partir de las cuales improvisarían su recitado. La versión que ha llegado hasta nosotros sería el resultado de la recitación de un juglar oralista a un escribano.

El individualismo, explica el Cantar de Mio Cid como fruto de la actividad de un individuo, que con amplia y extensa cultura supo dar vida a unos materiales que él conoce a través de una documentación de carácter histórico.

Fecha de composición.

Menéndez Pidal asigna la fecha de 1140 basándose en la interpretación de los versos 3724-25 «oy los reyes d'España sos parientes son / a todos alcança ondra por el que en buena ora naçio». Pidal interpreta estos versos como la significación de que el poema fue compuesto en el tiempo en que los descendientes del Cid llegan a ser reyes; e identifica esta situación con el año 1140, cuando Blanca, biznieta del Cid, se casa con Sancho, hijo del Alfonso VII, rey de Castilla y de León.

Otros muchos críticos se inclinan por la fecha que aparece en el "explicit" final «Per Abbat le escrivio en el mes de mayo / en era de mill e CC XLV años» [1245 - 38 = 1207]. El Cantar de Mio Cid habría sido compuesto a finales del XII o principios del XIII.

Estructura interna.

Para Pidal y otros críticos, el texto estaría dividido en tres partes, «Cantar del destierro» (vv. 1-1086), «Cantar de las bodas» (vv. 1087-2277), y «Cantar de la afrenta de Corpes» (2278-3730). La clave estructural para esta división la ofrecen los versos 1085 («aqui conpieça la gesta de mio Cid el de Bivar») y 2275-76 («Las coplas deste cantar aquis van acabando / el Criador vos vala con todos los sos santos»).

En estos tres cantares se entrelazan dos tramas principales. La primera parte comenta el tema del deshonor moral y político del Cid ocasionado por el destierro injusto, y la rehabilitación gradual del héroe gracias a sus propios esfuerzos, que culminan en la reivindicación total de su honor, juntamente con su conquista de Valencia y con la consecución del indulto real. La segunda parte comienza antes del final de la primera, cuando los infantes de Carrión deciden casarse con las hijas del Cid; en esta segunda parte el Cid sufrirá el descrédito personal y familiar derivado de la afrenta hecha a sus hijas. Sin embargo, el rey participará en el deshonor por su insistencia en que se casen los infantes con las hijas del Cid, y es el rey quien tiene que enderezar el entuerto por medio de un tribunal ante el cual el Cid logrará obtener reparación. La carrera del Cid llega a su culmen con los nuevos matrimonios de sus hijas con los príncipes herederos de Aragón y Navarra.

Existe la posibilidad de que esta división tripartita fuera un tanto artificial, ya que la gesta a la que se alude al comienzo del segundo cantar ya ha comenzado --conquistas anteriores a Valencia--, a menos que la gesta sea realmente la conquista de Valencia. Además, no hay mención explícita al final del primer cantar de que éste termine --compárese con el segundo y el tercero, donde se dice que terminan. Se podría pensar en una división bipartita. Hasta Valencia, desde Valencia, fijándonos más en las dos tramas principales.

El verso del Cantar de Mio Cid, o "verso épico", similar al del Cantar de Roncesvalles, tiene como características métricas el anisosilabismo, es decir, sin medida fija (entre 10 y 20 sílabas), y la división interna en hemistiquios, también con un número irregular de sílabas.

Estos versos no se agrupan en estrofas definidas; los metros se agrupan en series irregulares de versos con rimas asonantadas (sonidos vocálicos). Estos conjuntos reciben el nombre de "tiradas" o "laisse". La extensión de estas agrupaciones es muy variable. Las hay de tres versos, mientras que otras sobrepasan los cien.

El Cantar de Mio Cid, ¿realidad histórica o ficción literaria?

Conocemos gracias a documentos y crónicas --Carmen Campidoctoris, Historia Roderici-- la existencia histórica del Cid. Nace en 1043, muere en 1099, y en 1102 sus restos son enterrados en el monasterio de Cardeña. Era hijo de Diego Laínez, descendiente de uno de los 10 jueces de Castilla. De joven fue alférez de Sancho II.

Fernando I, que había unificado Galicia, León y Castilla, divide el reino entre sus hijos cuando muere en 1065: Galicia [Ramiro], León [Alfonso], Castilla [Sancho], Toro [Elvira], Zamora [Urraca]. Sancho II es asesinado en el cerco de Zamora, y Alfonso VI regresa a Toledo como rey de Castilla y León. El Cid desconfía de Alfonso VI, dando lugar a dos destierros, el primero en 1081, al ser acusado por García Ordóñez de retener parte de las parias; el segundo en 1088, por retrasarse en auxiliar al rey.

Pidal defendió el carácter esencialmente histórico de la épica castellana, y más en concreto del CMC. Otros críticos afirman que el CMC es una obra más bien de arte y de ficción que de autenticidad histórica. Los acontecimientos narrados en el CMC poseen una historicidad, es decir, que poseen una verosimilitud narrativa, ya que lo que se narra no entra dentro de lo fabuloso o legendario, sino que tiene un realismo, que dentro del contexto histórico, consigue la verosimilitud artística.

blorulec.gif (128 bytes)

Texto adaptado de:

  • Menéndez Peláez, J. et al. Historia de la literatura española. Vol. I: Edad Media. León: Everest, 1993

[Fuente: http://lilt.ilstu.edu/bekurtz/Civilizacion interactiva/Literature I/poema_de_mio_cid.htm ]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Francisco J. Cortés - agosto 2004